Tombuctú
Tombuctú
es, fue y será la ciudad que gravita sobre lo sublime y los ensueños de un
territorio mágico e imaginario de leyendas y sonetos bonitos. Desde su
fundación en el siglo XII por los Bereberes este lugar cumplió con su fiel
objetivo de ser un punto estratégico para el comercio y el trueque; arrastrando
como ventisca liviana la influencia del encuentro de dos mundos. Tombuctú es el
sitio que une lo ineludible y lo fortuito del destino, donde la música hace que
los universos se toquen, como la excelsa imagen de Miguel ángel cuando los dos dedos índices se
rozan, lo divino con lo terrenal, el creador con el creado, el desierto árido
con las aguas frescas del Níger, los Bereberes y los bambaras, la sal con el
oro, el islam con el animismo, y Sundiata Keїta con los Tuaregs.
Dicen
los refranes de Tombuctú que la sal viene del norte, de las largas explanadas
de Taudenni y de sus minas estériles a cielo abierto en medio del desierto. Así
mismo, se graban en árabe sobre las paredes de arcilla de esta mítica ciudad,
narrando entre versos que el oro proviene del sur, llevado por los clanes
auríferos mandingas desde las selvas más allá del Sahel en las regiones
occidentales del continente. De igual forma, los pergaminos de las bibliotecas
y madrazas de la ciudad dicen que la pólvora y la ceda vienen de China, del
oriente lejano dominios del gran imperio mongol, de los territorios
manchurianos a tres años a caballo desde allí. Se conocía también que el
incienso era proveniente de Yemen, del sur de Arabia y de la Abisinia, porque en
esas regiones conocidas como el cuerno del áfrica
se cultiva la mirra y del árbol del olíbano que produce la resina aromática, magia
de los olores al aire. Se sabía a su vez por la palabra lúcida de los santos morabitos, que cuando la
avaricia se unía con el poder surgía la percusión con el fuego mortal del
arcabuz y el mosquete, artefactos dignos de los europeos y de los descendientes
de los antiguos dragones nórdicos, demonios britanos y gárgolas latinas. Pero
así de esa manera como el viento sopla en el desierto y se llevaba las bondades
de las vacas gordas y trae la desdicha de las plagas, la sequía y los malos
augurios, de esa misma forma con el tiempo se van los vendavales como tormentas
de arena hacia Tombuctú, el emporio del paso de la sabiduría, de la enseñanza y
de las leyendas magas que cuentan, no sólo mil y una historias de cantores, más
bien, veinte veces veinte, y otras veinte tantas más las puras coplas y odas
agasajadas, que hacen levitar el pensamiento engalanando la imaginación volante
de los sueños oriundos de toda aquella África continental.
En
otras palabras dice el viejo resabio que todas las cosas vienen del mundo, pero
la sabiduría, la sapiencia, la
música sublime y los cuentos bonitos, son de Tombuctú.
Surgiendo así en forma especial la ciudad
como el inicio y el fin de las rutas, que son nada más y nada menos, las ancestrales tradiciones Bereberes rupestres,
siendo las primeras formas de arte de la humanidad, y germinando en paralelo
exacto la necesidad del trueque hace miles y miles de años atrás.
En espíritu la ciudad fue construida a través
de la palabra del profeta y del Coram; pero también de los cantos llanos Tuareg
enseñando el origen divino de todas las cosas y todos los seres. El inicio, el
camino y el destino de las rutas, donde los mapas se figuran como telarañas
señalando los caminos, las parcelas, las melgas, las líneas, las distancias y
los encuentros, en un cuerpo que no es tangible, sino es, alzando la mano y
tocando lento con las palmas al suave, la textura grabada y la gracia de la palabra
en las paredes de Tombuctú.
Es el lugar y el punto justo donde todo
comenzó para los clanes Tuaregs, desde antes que se construyera la ciudad,
siempre allí fue el sitio de encuentros comerciales, de griots, de maestros y
guías del desierto; pero además de eso se juntaban entre sí los clanes para los
intercambios íntimos, en ese lugar en especial se celebraban bodas, se reunían
los patriarcas para cantar los versos, usando sus turbantes de lino y sus
túnicas de tono azul profundo, degustando festines rituales de guiso de
camello; se juntaban los grupos trashumantes para ver el atardecer mientras
sentían entre los dedos de sus pies la arena seca enfriarse poco a poco; se
congregaban para intercambiar borlas con sus hilos sueltos de colores con las
que decoraban y distinguían sus dromedarias bestias camélidas.
Sí, justo allí en ese lugar se acurrucaban
bajo sus tiendas para escuchar juntos los
secretos que los griots tenían que cantarles, acompañados de laúdes moriscos,
koras y tambores, haciendo vibrar la magia de las cuerdas junto con las
percusiones místicas del desierto, del Río Níger y su delta interno, de los
complejos meandros, del baobab, de la luna, del agua, de las ermitas del santo
morabito.
En
esa ciudad santa, mítica; en ese emporio comercial y de encuentros, donde las
tradiciones y saberes de los moradores del desierto se unen en la bifurcación
de las culturas animistas, islámicas y tuareg, allí en ese espacio nació Thabo
Camara Traoré, hijo de mandingas, pero también hijo del Sahara y del Sahel.
Fragmento del episodio I
“Marfil Negro”, de la saga “El Marabú”.
Obra en proceso.
NOTA DEL AUTOR: ¿Cómo es que llego a escribir de Tombuctú, una ciudad medieval en el
centro del Sahara? Confluyendo como parte importante de nuestra identidad
americana. Ahorita les cuento:
Nuestra intelectualidad, academia y educación es euro-centrista, y
hasta hace pocos años hemos logramos dilucidar la necesidad de visibilizar
nuestra pertenencia originaria meso-americana; pero qué hay de nuestra tercera
raíz, la africana.
La dignificación de nuestras afro descendencias va más allá de la reivindicación
histórica cultural que podamos hacer del barco negrero, del cimarronaje o del
vudú, de la lectura de las caracolas, de la santería o de la religión del Ifá.
Tombuctú es otro fragmento de nuestra identidad, la africana, es
hasta cierto punto un complejo ensayo cultural de una pertenencia oculta por el
afán euro-centrista que nos han inculcado. En apoyo a esto les comparto esta
corta ponencia que les dejo de Enrique Dussel; filósofo, historiador y teólogo argentino,
ex rector de la Universidad Autónoma de México, les dejo aquí el enlace: Descolonización de la cultura.
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