sábado, 26 de enero de 2019

Tombuctú


Tombuctú

Tombuctú es, fue y será la ciudad que gravita sobre lo sublime y los ensueños de un territorio mágico e imaginario de leyendas y sonetos bonitos. Desde su fundación en el siglo XII por los Bereberes este lugar cumplió con su fiel objetivo de ser un punto estratégico para el comercio y el trueque; arrastrando como ventisca liviana la influencia del encuentro de dos mundos. Tombuctú es el sitio que une lo ineludible y lo fortuito del destino, donde la música hace que los universos se toquen, como la excelsa imagen de Miguel ángel cuando los dos dedos índices se rozan, lo divino con lo terrenal, el creador con el creado, el desierto árido con las aguas frescas del Níger, los Bereberes y los bambaras, la sal con el oro, el islam con el animismo, y Sundiata Keїta con los Tuaregs.

Dicen los refranes de Tombuctú que la sal viene del norte, de las largas explanadas de Taudenni y de sus minas estériles a cielo abierto en medio del desierto. Así mismo, se graban en árabe sobre las paredes de arcilla de esta mítica ciudad, narrando entre versos que el oro proviene del sur, llevado por los clanes auríferos mandingas desde las selvas más allá del Sahel en las regiones occidentales del continente. De igual forma, los pergaminos de las bibliotecas y madrazas de la ciudad dicen que la pólvora y la ceda vienen de China, del oriente lejano dominios del gran imperio mongol, de los territorios manchurianos a tres años a caballo desde allí. Se conocía también que el incienso era proveniente de Yemen, del sur de Arabia y de la Abisinia, porque en esas regiones conocidas como el cuerno del áfrica se cultiva la mirra y del árbol del olíbano que produce la resina aromática, magia de los olores al aire. Se sabía a su vez por la palabra lúcida de los santos morabitos, que cuando la avaricia se unía con el poder surgía la percusión con el fuego mortal del arcabuz y el mosquete, artefactos dignos de los europeos y de los descendientes de los antiguos dragones nórdicos, demonios britanos y gárgolas latinas. Pero así de esa manera como el viento sopla en el desierto y se llevaba las bondades de las vacas gordas y trae la desdicha de las plagas, la sequía y los malos augurios, de esa misma forma con el tiempo se van los vendavales como tormentas de arena hacia Tombuctú, el emporio del paso de la sabiduría, de la enseñanza y de las leyendas magas que cuentan, no sólo mil y una historias de cantores, más bien, veinte veces veinte, y otras veinte tantas más las puras coplas y odas agasajadas, que hacen levitar el pensamiento engalanando la imaginación volante de los sueños oriundos de toda aquella África continental.

En otras palabras dice el viejo resabio que todas las cosas vienen del mundo, pero la sabiduría, la sapiencia, la música sublime y los cuentos bonitos, son de Tombuctú.

Surgiendo así en forma especial la ciudad como el inicio y el fin de las rutas, que son nada más y nada menos, las ancestrales tradiciones Bereberes rupestres, siendo las primeras formas de arte de la humanidad, y germinando en paralelo exacto la necesidad del trueque hace miles y miles de años atrás.

En espíritu la ciudad fue construida a través de la palabra del profeta y del Coram; pero también de los cantos llanos Tuareg enseñando el origen divino de todas las cosas y todos los seres. El inicio, el camino y el destino de las rutas, donde los mapas se figuran como telarañas señalando los caminos, las parcelas, las melgas, las líneas, las distancias y los encuentros, en un cuerpo que no es tangible, sino es, alzando la mano y tocando lento con las palmas al suave, la textura grabada y la gracia de la palabra en las paredes de Tombuctú.

Es el lugar y el punto justo donde todo comenzó para los clanes Tuaregs, desde antes que se construyera la ciudad, siempre allí fue el sitio de encuentros comerciales, de griots, de maestros y guías del desierto; pero además de eso se juntaban entre sí los clanes para los intercambios íntimos, en ese lugar en especial se celebraban bodas, se reunían los patriarcas para cantar los versos, usando sus turbantes de lino y sus túnicas de tono azul profundo, degustando festines rituales de guiso de camello; se juntaban los grupos trashumantes para ver el atardecer mientras sentían entre los dedos de sus pies la arena seca enfriarse poco a poco; se congregaban para intercambiar borlas con sus hilos sueltos de colores con las que decoraban y distinguían sus dromedarias bestias camélidas.

Sí, justo allí en ese lugar se acurrucaban bajo sus tiendas para escuchar juntos los secretos que los griots tenían que cantarles, acompañados de laúdes moriscos, koras y tambores, haciendo vibrar la magia de las cuerdas junto con las percusiones místicas del desierto, del Río Níger y su delta interno, de los complejos meandros, del baobab, de la luna, del agua, de las ermitas del santo morabito.

En esa ciudad santa, mítica; en ese emporio comercial y de encuentros, donde las tradiciones y saberes de los moradores del desierto se unen en la bifurcación de las culturas animistas, islámicas y tuareg, allí en ese espacio nació Thabo Camara Traoré, hijo de mandingas, pero también hijo del Sahara y del Sahel.

Fragmento del episodio I “Marfil Negro”, de la saga “El Marabú”.
Obra en proceso.


NOTA DEL AUTOR: ¿Cómo es que llego a escribir de Tombuctú, una ciudad medieval en el centro del Sahara? Confluyendo como parte importante de nuestra identidad americana. Ahorita les cuento:

Nuestra intelectualidad, academia y educación es euro-centrista, y hasta hace pocos años hemos logramos dilucidar la necesidad de visibilizar nuestra pertenencia originaria meso-americana; pero qué hay de nuestra tercera raíz, la africana.

La dignificación de nuestras afro descendencias va más allá de la reivindicación histórica cultural que podamos hacer del barco negrero, del cimarronaje o del vudú, de la lectura de las caracolas, de la santería o de la religión del Ifá.

Tombuctú es otro fragmento de nuestra identidad, la africana, es hasta cierto punto un complejo ensayo cultural de una pertenencia oculta por el afán euro-centrista que nos han inculcado. En apoyo a esto les comparto esta corta ponencia que les dejo de Enrique Dussel; filósofo, historiador y teólogo argentino, ex rector de la Universidad Autónoma de México, les dejo aquí el enlace: Descolonización de la cultura.

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