jueves, 17 de enero de 2019

LA PRIMERA MIRADA


LA PRIMERA MIRADA

No me cabe duda, la primera vez que la vi quedé anonadado, como si hubiese visto un ángel; aun estábamos en secundaria, era el inicio del año escolar, era séptimo grado. Bien recuerdo esa mañana como si hubiese sido hoy, fue la primera mirada que cruzamos, yo tomé un suspiro tan hondo que aun siento, hasta la fecha, que guardo semejante impresión de dulzura liviana. 

Ella sonreía porque siempre es alegre, yo la veía de reojo cómo caminaba, cómo se sentaba, cómo tomaba el lapicero mientras escribía; cuando se acercaba a mí, el corazón me palpitaba a mil por minuto, las palmas de las manos me hormigueaban mientras se humedecían de sudor helado. No había forma de disimular.

Una vez en la molotera de la tienda del instituto, apiñados mientras cada quien quería comprar alguna golosina, ella topó su hombro a mi pecho, y pronto volvió a verme al percibir mi notable nerviosismo, fijando rauda su mirada en mis ojos, de repente e implacable sonrió pidiéndome que le comprara una bolsa de mango con chile, aiguaste, limón y sal. Yo como escudero embobecido me apresuré a que la tendera me vendiera rápido la fruta embolsada, luego salí de la apretadera de estudiantes, ella me esperaba a unos pasos, se la entregué, y de inmediato preguntó si no había comprado nada para mí, y hasta ese momento asumí que había olvidado mis manís salados. Entonces al verme tan dundo se volvió a reír y compartió conmigo rodajas de mango con todos sus colores, con todos los hoyuelos risueños en sus mejillas, camanaces que se fruncían al crujido de cada mordisco del mango verde y ácido; desde entonces nos conocimos y fuimos amigos inseparables.

En esa época mi cabeza era una jauría de pensamientos tibios; sentía envidia de los espejos que reflejaban su coquetería, del lápiz labial que rozaba su boca, del viento que hondeaba su pelo, del sostén de sus pechos.

Ahora a más de treinta y cinco años después, la veo de reojo con las mismas ansias de enamorado, intentando disimular que es la escultura de mi fantasía, la ilusión más embellecida de todas mis melancolías. Sin que ella se dé cuenta la observo a través del parabrisas del auto cuando camina hacia mí, al irla a traer al hospital donde trabaja, cuando pasea a nuestra perrita en el parque, cuando andamos en el centro comercial. Ella es el alimento de los pensamientos bonitos, la libertad hecha alas de la pajarita, la miel de las palabras dulces, la utopía de los poetas, las razones inexplicables de los loquitos, los algoritmos aun no inventados de los eruditos, las cosas que son y no son a la vez, porque las querencias del alma no tienen sentido, ni se entienden; para mí aun es tan importante verla sonreír, como el nacimiento del agua de los manantiales tropicales, que borborita entre la roca yéndose en un riachuelo con esa perpetua risa natural; como esas pequeñas cosas que suceden durante la adolescencia enamorada que nos dejan marcados, una y otra vez más. Ella es la maga que hace burbujas de jabón de la nada, y yo como siempre siento la mismísima emoción de su folía al estar junto a mí; como la primera mirada, como la primera nevada que vimos tomados de la mano mientras ella afilaba sus labios para besarnos en el inicio de esta aventura de amar y ser amado también.

Fragmento de la novela “La muñeca de Alicia”.
Obra en proceso.


NOTA DEL AUTOR: Qué sucedería en nuestra vida mortal si no conociéramos el amor, si el acto fuera nada más un mero ritual de apareamiento. ¿Seríamos los mismos? Sin duda es una pregunta que cada quien debe hacerse. ¿Qué es? o, qué será eso que los trovadores mencionan tanto en sus odas, lo que los pintores buscan trazar en sus lienzos, o los escultores en sus figuras, o los poetas en su lírica; esa cursilería rara que le agarra de vez en cuando a cada quien por ese desenfreno de sentimientos bonitos hacia la pareja amada.

Sí, lo acepto, la explicación racional del amor es una tarea inconclusa de su servidor, aun no logro conjeturar ese concepto, mientras tanto en todos mis libros, aunque hable de mitologías, guerras, muerte, dolor, engaños, siempre caligrafío dos a tres páginas de eso, el ensayo tan necesario que mueve nuestras cabezas en la imaginación, lo que nos hace ser mejores, lo que nos hace ser humanos.

Por lo tanto, dicho de otra forma, sería imposible por mi parte poder afinar la pluma para el coloquio de la palabra sin los sentires propios, sin mi amada doctora Nelly Ruth, la querida señora, mi Dulcinea del Toboso.

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